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CARLOS VERMUT: DEL LOW COST AL ÉXITO

 



CARLOS VERMUT: DEL LOW COST AL ÉXITO

 

A finales de octubre de 2014 se acababa de estrenar ‘Magical Girl’ en (contadas) salas españolas y, apenas un mes antes, su director Carlos Vermut había emprendido un frenético proceso de promoción gracias a su triunfal paso por el festival de cine de San Sebastián donde se llevó la Concha de Oro a la mejor película y el premio al mejor director con este título. Eso lo cambió todo. Desde la cara oculta del cine era bien conocido su nombre y sobre todo su opera prima estrenada directamente en Internet, ‘Diamond Flash’ (2011); pero de repente este realizador que, a su pesar, había sido abanderado del cine low cost español, estaba en boca de todos con una película extraña y críptica que había fascinado a la crítica abriéndole un camino nuevo y necesario para encarar el cine que quería y necesitaba hacer.

 

En pleno punto de giro, el bueno de Carlos Vermut se presta a una mesa redonda en el popular café de cine “8 y medio” de Madrid para hablar de su película, de él y, en general, de lo divino y de lo humano. Podíamos haber sacado este artículo entonces (quizá deberíamos haberlo hecho), pero hemos preferido guardar bajo llave estas impresiones a la espera de que la tendencia de ‘Magical Girl’ amainara un poco, y de que pasara con más gloria que pena por los Premios Feroz y con más pena que gloria por los Goya (sólo premiada aquí en la categoría de Mejor Actriz para Bárbara Lennie, que se dice pronto por otra parte) para que la película volviera a su lugar de origen: el del cine oculto de culto.

 

Y ahora… ahora que todo parece harina de otro costal y nuevos títulos se empluman para llamar la atención en 2015 reabrimos la caja de Pandora y recuperamos las divagaciones de Carlos Vermut en aquel café madrileño en un extraño vaivén entre su impulso por el cine sin pretensión y su necesidad por el control y la forma, entre aquel “lo apuesto todo por el quince” de ‘Diamond Flash’ y el de “la banca gana” de ‘Magical Girl'. Todo un discurso dicotómico entre Pinto y Valdemoro en boca de una de las mentes creadoras más importantes del cine de nuestro tiempo que ahora, y descontextualizado, merece la pena autopsiar con atención.

 

 

BUÑUEL FUERA DE ÓRBITA

 

La aparición de ‘Diamond Flash’ en el panorama subcinematográfico de 2011 fue clave para marcar un antes y un después en la manera de hacer y distribuir cine en la España de la pre-hecatombe financiera. La rumorología la convirtió (sin que aspirara a ello ni por asomo) en una película catártica, quizá por su libertad de expresión formal o quizá por su solvente autodistribución on-line. En cualquier caso ‘Diamond Flash’ se consagró en poco tiempo como la película underground del momento. Algo que el propio Vermut se ha encargado de corregir con insistencia, como veremos. Pero la huella lunar ya estaba impresa y no había vuelta atrás. Es impertérrita. Y aunque le pese a Vermut, ‘Magical Girl’ no existiría sin esa estela varada en el espacio llamada ‘Diamond Flash’.

 

Si lo estudiásemos como estrategia de marketing el resultado es extraño e irreverente en realidad. Pero tiene sentido, sobre todo cuando el recién laureado Carlos Vermut se sienta con su tercio de cerveza al lado del cartelón de ‘Magical Girl’ y, sin que nadie le pregunte aún por referencias y reminiscencias de su cine, se arranca hablando de una película que sólo a un loco (o a un genio) se le ocurriría nombrar como telonera de su speech: ‘Héroes fuera de órbita’ (Dean Parisot, 1999). Los asistentes al encuentro propuesto por el “8 y medio” no saben muy bien como tomarse esta entrada. Quizá vio la peli anoche y le gustó un montón... porque este fagocitador del cine es así y le da igual ocho que ochenta (la copla o el manga, la magia o la crónica de sucesos…, eso sí, mientras le funcione en su cabeza), y  su público deja que atine el hilo con el ojal a su manera. Al fin y al cabo, la mayoría viene ojiplático de ver su última película desde el otro lado de la calle Martín de los Heros, donde una ristra de estrellas de Concha Velasco, Carmen Sevilla o Sarita Montiel marcan la diferencia a lo Sunset Boulevard. Así que chitón.

 

 

Claro que, quizá consciente de repente de lo que provocan sus palabras, Vermut se apresura a introducir otros nombres más vanagloriados en un discurso que, siendo francos, era mucho más molón teniendo a Tim Allen en la cabeza. Pero bueno, “que también puedo hablar de Buñuel, Tarantino y Nacho Vigalondo”, dice Vermut. Y menuda tríade, pensarán muchos. Bueno, pues todo encaja con paciencia… y si no espérense a que Vermut se compare con Hitchcock. Que todo llega.

 

Aunque parezca mentira, tiene más sentido que Carlos Vermut meta en una sola frase a Buñuel y Vigalondo que a Tarantino (aunque luego tendrá estopa para él también, descuiden). Y si algo define al cine de Vermut es esa capacidad mística para el desconcierto irreverente. Se trata hoy día de un género en sí mismo que (tiempo al tiempo) se estudiará en las escuelas de cine y que hemos gestado en la ficción española sin darnos cuenta (y eso sí que es hiriente, señores). Bebe de manera clarividente de Mel Brooks, de Jim Abraham y los hermanos Zucker, es verdad, y aquí lo hemos filtrado de manera tan televisiva (José Mota, Eva Hache o Wyoming dan cuenta de ello) que ni nos hemos dado cuenta hasta que Juan Cavestany lo transmutó en humor, Nacho Vigalondo en sci-fi y Carlos Vermut en puro drama.

 

 

Pero de lo que se trata, como recalcaba el Concha de Oro de San Sebastián, es de “hacer pensar al espectador que cualquier cosa puede suceder en la ficción”, por absurda que sea. Para este realizador madrileño curtido en la ilustración, “el mayor problema de una película es cuando el espectador sospecha cómo va a acabar ésta” y por eso defiende la “sorpresa e incluso el desconcierto”. Para evitarlo, Vermut tolera la manipulación y los trucos tramposos de guión (¡lo que sea!) y no pide explicaciones al director aún a pesar de que las morcillas (y esto es un término periodístico, ojo) que haya metido en su historia sean meros caprichos. “Quiero creer que hay algo más grande que la vida misma”, sentencia.

 

Y a todo esto… ¿qué tiene que ver Buñuel en este disparate? Bueno, quizá porque lo de ‘Héroes fuera de órbita’ no se ha entendido como esperaba recurre a un intocable como ‘El ángel exterminador’ (1962) y se pregunta si no hubiera sido mejor acabar la película del turolense con un cartel explicando que la razón de porqué todas esas personas no podían salir de aquella habitación era porque había un campo de fuerza creado por una nave extraterrestre que se lo impedía. Puede que a Buñuel le hubiera encantado la idea… “pero es mejor pensar que puede ser cualquier cosa”.

 

 

DIAMOND FLASH VS. MAGICAL GIRL

 

“Me gusta mucho el manga y me gusta mucho la copla… y cuando te gusta algo de verdad lo integras bien”. Así defiende Vermut ese experimento al más puro estilo del doctor Moreau que se aprecia en sus películas y que no se puede explicar de mejor forma que de esta manera salvaje.  Pero “en realidad todo nace desde el capricho”, apostilla entonces. “la película de ‘Magical Girl’ es un capricho… no es un bien común (eso tendrá que decidirlo el público) y la copla de ‘El lagarto negro’ o el vestido de Modoka son caprichos, pero que tienen un sentido en la narración de la película, y ese es el verdadero trabajo”, dice. De este modo Vermut intenta dar un trasfondo académico simplemente a sus obsesiones y “caprichos”, como él dice, para explicar esa influencia nipona en el tempo y narración tanto de ‘Diamond Flash’ como de ‘Magical Girl’. Quería Vermut hacer con su segunda película un título mayor, y no simplemente dar rienda suelta a una terapia de shock como fue ‘Diamond Flash’, pero en el fondo es lo mismo. ¿Cuál es la diferencia entonces? ¿Qué ha llevado a este cineasta autodidacta a pasar del cine por instinto al la realización científica?

 

“Empecé a escribir ‘Magical girl’ cuando aún no se había estrenado ‘Diamond Flash’ ni si quiera en Sitges, y después de ganar en San Sebastián empecé a entender que cuando estas rodeado de gente que hace y habla de cine, que se juzgan unos a otros, hay que demostrar que hacer una película no es una pérdida de tiempo”. De repente el discurso de Vermut empieza a ser más comedido. Él quería someterse a este juego, a pesar de ser consciente de que optar a una financiación externa conlleva una pérdida de autonomía. Vermut, cineasta autodidacta pero cinéfago desatado, se enfrenta a una confrontación extravagante digna del más puro Jekyll y Hyde. Pero templado como es él (nada que ver con su extravagancia cinematográfica) sostiene su tesis con dignidad y sin ínfulas.

 

 

Vamos a ver: con ‘Diamond Flash’ “fui a Sitges a dar una masterclass y unos estudiantes me pidieron un consejo para ser buen director de cine”, relata Vermut, “les dije que yo lo que hice fue coger una cámara y grabar… tampoco hay mucho misterio. Pero esos estudiantes decían que no podían coger una cámara y grabar simplemente… como si buscaran una explicación al ángel exterminador… como si hubiera una fuerza o un campo magnético que les impidiese lanzarse a montar una peli”. Aplicar la metáfora de ‘El ángel exterminador’ nos pone en guardia acerca de que el pensamiento disruptivo y el cinematográfico de Vermut son terroríficamente similares. Además, es una gran respuesta y una buena anécdota para el director de ‘Diamond Flash’, pero no tanto para el director de ‘Magical Girl’. “Durante muchos años iba a clases de este tipo y siempre decía lo mismo: rodad, rodad y rodad… pero ¿por qué no lo hacéis?”, se desesperaba un Vermut previa Concha de Oro. Luego lo entendió después de San Sebastián. “Cuando yo hice mi primera película no tenía ningún tipo de presión, tenía un dinero que  me fundí, y nadie esperaba nada de mí; no había expectativas. Si hubiese fracasado hubiera perdido pasta, pero al menos me habría quitado la espina de hacerlo”. Sin embargo el oro pesa más de lo que parece, y la sombra de aquel diamante (que por otro lado se ha convertido en paradigma para otros tantos realizadores low cost) tenía un reverso. Y ahora… “ahora sí que estoy acojonado”, reconoce Vermut, “esperan que mi tercera película sea la hostia, y ahora… ahora coger la cámara y grabar sin más no es tan fácil”. ¿Por qué? “Porque hay que demostrar que hacer esa película no ha sido una pérdida de tiempo”. Ésta, y no otra, es la presión que tienen un buen puñado de cineastas con un buen puñado de pájaros en la cabeza cuyas carreras, cursos y masterclass son financiadas por sus padres. Y al final da igual a quién tengas que rendir cuentas: a Canal+ o a tus padres.  Ambos son huesos duros de roer.

 

 

Carlos Vermut rememoraba en aquella cita en la sala ‘8 y medio’ que sus primeros encuentros con el cine fueron cortos “muy tontos” que grababa con su hermano, luego con su compañero de piso y después, sin más, un Notodofilm sin más pretensiones. Y que, de repente, perdiéndose en la ficción de otros cineastas, descubrió que él lo quería era generar esa sensación de naufragio en los espectadores y que se involucraran en su universo. Pero nunca hizo un corto en 35mm ni nada por el estilo. Así que ahora… ahora que ha conseguido descarrilar su carrera desde esa etiqueta de cine low cost se enfrenta a un nuevo temor: “volver a recuperar la ilusión y perder esta presión, tengo que buscar el motivo por el que hice la primera película.  No puedo entrar en una espiral en la que hago películas sin saber muy bien lo que estoy haciendo. El trabajo que tengo ahora es recuperar esa ilusión casi naif e infantil de hacer una película sin estar pendiente de que sea buena, mala o que vaya a San Sebastián, Cannes o lo que sea”.

 

Quizá, llegados a este punto del artículo, el lector esté considerando que su desarrollo es algo así como un “sí pero que no” o un “bueno pero yo qué se”, un “donde dije digo Diego”. Bueno, pues esa es la clave. Volvamos a ‘Diamond Flash’: 25.000 euros le costó a Carlos Vermut hacer esta película en 2011 por amor al arte, lo que le supuso (más allá de un peligroso agujero en la cuenta bancaria) un disgusto emocional. ¿Que es mejor?… más libre, más… ¡más guay…! venga vamos a decirlo así: ¡desde luego! Y que si no fuera por eso y porque el histograma del cine español independiente estaba regenerándose gracias a figuras consolidadas como Elena Anaya, David Trueba, Fele Martínez o José Sacristán no hubiera sido posible evolucionar hasta ‘Magical Girl’… pues también es verdad. Entonces ¿cuál es la clave? Pues no perder esa vinculación con la realidad. Y aquí es donde Carlos Vermut golpea en una clave de Sol incuestionable y que nos hace entender a cuento de qué estaba el nombre de Quentin Tarantino deambulando por ahí arriba.

 

 

“Cuando hice ‘Diamond Flash’ no tenía amigos que se dedicasen al mundo del cine”, recuerda Vermut, “y ahora con toda la vorágine de prensa y festivales que ha generado ‘Magical Girl’ puede dar la sensación de que pierdes un poco el foco de lo que estás haciendo”. A lo mejor pecamos de paternalistas: pero conviene recalcar que es muy importante para un cineasta no estar rodeado de cineastas. Prosigamos: “cuando os sintáis en esa vorágine de amigos que hacen cine o cortos… recuperad esa ilusión casi infantil y el motivo por el que quisisteis hacer cine”.

 

Y aquí está gran la frase demoledora del hombre que se revolvió sobre si mismo cuando lo consideraron el referente del cine low cost sin ser cineasta, del artista que prefirió hacer cine con dinero a hacerlo sin un duro. Todo lógico… el hombre de lacónicos ojos sobre barba prominente que cedía todos los focos a su star system Bárbara Lennie lo tiene más claro de lo que pensábamos: el cine es un capricho y el cine cuesta dinero. ¡Tocado y hundido!

 

Ahora bien… “hacer cine es un trabajo”, matiza de repente un Vermut que a renglón seguido vuelve a invalidar su frase diciendo que, en realidad, “me da mucho miedo considerarlo así”, como un trabajo. Porque a la postre el que vive del cine solo come cine y no digiere ninguna realidad. Y Vermut, que transmuta la realidad en ficción pura y sin destilar, es consciente de ello mientras recuerda a Tim Roth desangrándose durante toda una tarde en ‘Reservoir Dogs’ (Quentin Tarantino, 1992) a la vez que compara aquella obra maestra con otra de distinto calibre pero misma firma, ‘Kill Bill’ (2003): “aquí cortan cabezas como si nada… es como si desde que vive en Hollywood Quentin Tarantino hubiera perdido todo vínculo con la realidad”

 

 

CARLOS VERMUT, MAGICAL DIRECTOR

 

“Mi miedo es que ahora me meta tanto en el mundo del cine que solo hable de cine”, dice Vermut hilando con su propia reflexión sobre el cine de Tarantino. Bueno, esperemos que eso nunca llegue a pasar y que Vermut cuente con la financiación (propia o ajena) suficiente como para dar rienda suelta a sus “caprichos”… pero no estamos en ese punto ni de lejos. La propia confrontación entre dos películas convertidas en personajes en sí mismos (una rara avis, si nos paramos a pensarlo) ya dilucida que nos encontramos en un campo de juego extraño que, dependerá de Vermut (y sólo de Vermut), conservar… para que no le ocurra como a Tarantino.

 

25.000 euros, decíamos, le costó de su bolsillo a Carlos Vermut producir ‘Diamond Flash’, mientras que  para ‘Magical Girl’ contó con financiación de Canal+ y TVE. Pero no nos equivoquemos. Su mecenazgo no ha hecho de esta una mejor película que la ópera prima, si no que ha facilitado su distribución. Además, “hay un mito sobre el productor malvado que invierte su pasta y trastoca todo al artista”, dice un Vermut consciente de que cuando otro invierte dinero en una película ésta es de su propiedad por derecho, e incluso “a veces merece la pena escucharles, porque su idea puede ser muy válida”.

 

 

Pero luego, y aquí es dónde reside el aprendizaje, “hay que saber que tipo de director eres… yo por ejemplo soy más parecido a Hitchcock en el sentido de que yo llevo los planos muy cerrados y no suelo cambiar nada… pero hay otros que prefieren tener su planning más abierto, o dejar más libertad a los actores”, precisa Vermut en cuanto a los modelos de rodaje y producción. “Yo aprendí mucho con ‘Diamond Flash’ y me di cuenta de que así no quería rodar, y que quería tener una mayor planificación…”, sabiendo esto es lógico pensar que para su siguiente película optará hacia una producción externa para, al menos, dejar claro algo fundamental y categórico: “ya sé que tipo de director soy”.

 

Pero Vermut, que en realidad nos está dando una masterclass gratuita sobre dirección, se deja un bonus track para el final: una de esas frases que comienzan con “lo más importante de…” y con la que este director autodidacta define con precisión la profesión: “lo más importante del trabajo del director es la comunicación”. ¡Diana! “Da igual que tengas unas ideas muy buenas pero tienes que saber expresarlas; en mi caso me he dado cuenta de que soy mejor director con pasta, y no me avergüenza decirlo… ojalá tenga mucha… o al menos la suficiente para encontrar el equilibrio para contar la historia que quiero contar con libertad”. De este modo y “sabiendo que no soy un director underground, que quiero trabajar con un equipo grande”, remata Vermut, “aprendo que a parte de la intuición, tu arma es la comunicación”.

 

 

“NO SOY UN DIRECTOR UNDERGROUND”

 

Dentro de esta sección de Cine Oculto, esta cita es la que más nos importa: “no soy un director underground”, se encarga de remarcar (y con todo el derecho) el gran Vermut. Claro que no lo es… pero, pero… ¡pero lo es! Si hasta el ‘Memento’ del todopoderoso Christopher Nolan es underground… ¿cómo no lo va a ser ‘Magical Girl’? Una película íntima y preciosista, que descarrila con una clase y elegancia que ya quisieran muchos académicos del cine más obsoleto. ¿Desde cuándo ser underground está reñido con el cine de calidad? No, no lo está. Y Carlos Vermut lo sabe bien. Por eso nos extraña y desconcierta que él, <<el abanderado del cine de autoproducción>>, se negara a participar en aquel excelente documental (‘Baratometrajes 2.0’, 2014) de Daniel San Román y Hugo Serra sobre el fenómeno del low cost de los últimos años. Obviamente se lo preguntamos.

 

“Lo del cine low cost nunca lo he reivindicado”, contesta Vermut con inesperada amabilidad, “reivindico las pelis que me gustan, y no son necesariamente pelis baratas, unas cuestan 300 millones y otras menos…” entonces, hace una pausa, “reivindicar las películas que cuestan poco solo porque cuesten poco… pues no estoy de acuerdo”. En comparación con todo su discurso anterior, encendido y locuelo, su respuesta es concreta e incontestable. Y es de agradecer. “Entonces cuando me han vinculado a ese sector sí es verdad que he sacado las uñas”, reconoce Vermut para a continuación, como es natural en él, volver otra vez a su speech del vaivén. Y éste es el Vermut que nos gusta, ¡qué carajo!

 

 

“Quiero matizar que el hecho de que esté en contra de que se haga apología de las películas baratas, no quiere decir que esté en contra de las películas baratas”. Bueno, eso tiene lógica. “Como tampoco podemos defender que una película es buena porque haya costado una millonada; yo lo que digo es que reivindiquemos la película no por su presupuesto, si no por la película en sí; entonces si yo mañana hago una película de 10.000 euros porque es el presupuesto que necesito la haré…”, una posibilidad que se apresura a desdeñar porque “de momento no quiero, porque es un coñazo”. ¡Qué tío!

 

¿Fue entonces tan mala la <<experiencia Diamond>> como para corregir de manera tan abrupta este modelo de producción? Y ojo que no es el primer realizador “low cost” que desaconseja vivamente este sistema: Jorge Naranjo (‘Casting’, 2013) o Tina Olivares (‘Esperando septiembre’, 2013) ya nos han contado en esta misma sección de Cine Oculto los pros y contras de rodar así. En el caso de 'Diamond Flash’, Vermut estuvo a punto de “matarme yo y matar a más gente…”, dice exagerando un poquito, “y no quiero volver a pasar por eso”, de modo que cuando la película encontró una distribución al margen en Filmin “fue lo mejor que podía haber pasado”.

 

 

Pero su estreno on-line no fue uno más. Sentó cátedra, pero no por haberse estrenado en Internet. ‘Diamond Flash’ (como ahora ‘Magical Girl’) incubaba un discurso diferente bajo la epidermis, fresco y vibrante acerca de la narrativa in interruptus, de la construcción de un álbum familiar de personajes que (viniendo Vermut de la ilustración) arrastraban traumas ocultos que desembocan en la catársis de ipsofacto. Así se fraguó tanto ‘Diamond Flash’ como su hermana con beca para los estudios, ‘Magical Girl’. Independientemente de que una sea low cost y la otra no tanto.

 

Así que… ¿por qué una sí y la otra no? ¿Es por lo premios?, ¿es quizá porque ‘Magical Girl’ ha podido llevarse la Concha de Oro de San Sebastián, el premio al mejor guión en los Feroz de la crítica o el Goya a la mejor actriz? No, no es por eso. ¿Quizá por el prestigio? Bueno, Vermut, que es un amante del género manga, tiene grandes pretensiones para adaptar (si le dejan) títulos de la altura de ‘Evangelion’ o ‘El ataque de los titanes’, pero aunque sabe que el camino hasta ahí se allana de este otro modo se conforma con incluir esos “caprichos” de los que hablaba antes en sus historias a modo de alusiones. Pero no, no es por eso. Tampoco por trabajar con actores de renombre; y defiende a los intérpretes de ‘Diamond Flash’ con la misma fiereza que a los de ‘Magical Girl’. Los primeros, en referencia a ‘Diamond Flash’, “eran los actores que tenían que ser y no podían ser otros, porque te sorprenden sin saber quiénes son”. Ya en ‘Magical Girl’ tres nombres propios se comen la película: Luís Bermejo, Bárbara Lennie y José Sacristán (estos dos últimos galardonados con el premio Feroz por sus interpretaciones).

 

 

Y Vermut defiende el prestigio de Sacristán (galán del nuevo cine low cost, por otra parte) “no porque haya habido un complot para ponerle en ese lugar, si no porque se lo ha ganado”; en cuanto a Lennie, dice de ella que “es de esas actrices que tienen un brillo en la mirada que enseguida te traslada a otra dimensión”. Ver ‘Magical Girl’ e intentar imaginarse a otros personajes que no sean ellos es imposible: se mimetizan con el film, hacen verdadera metástasis y el resultado es abrumador. No obstante, la defensa de Vermut sobre la elección de los actores en ‘Magical Girl’ suena un poco maniquea, y se escuda en que “si hubieran aparecido actores conocidos en ‘Diamond Flash’ sería distinto, porque aportan esa sensación de misterio que necesitaba la película”. Claro que lo que sería interesante saber es lo contrario: ¿cómo hubiera funcionado ‘Magical Girl’ sin actores conocidos? Y, ojo, que bastante mérito tiene la gran Bárbara Lennie (o mejor dicho, y sin menospreciar su trabajo, su agente) para colarse en esa categoría a la altura de Sacristán y Bermejo.

 

Pero bueno. Que ninguna de estas cuestiones hace que una u otra película (o mejor dicho, su distribución) sea más del agrado de Carlos Vermut. Es imposible recurrir a esas explicaciones para entender el proceso mental de un cineasta que considera el cine “un capricho” y que no usa jamás la palabra “arte”. La razón verdadera subyace en algo más inocente y naif (como decía sin pensar), en algo que piensa cualquier cineasta amateur que graba su película, cortometraje, película low cost o lo que sea. Y esto es, simplemente: “ojalá pueda verla en una pantalla de cine”.

 

 

Probablemente, que ‘Diamond Flash’ se estrenara en Filmin (o incluso que muchos vieran la película pirateada) fue lo mejor que le pudo pasar a Carlos Vermut con su ópera prima, incluso a pesar de que  su nombre se ligara inmediatamente a la corriente del “baratometraje”. Pero lo que Vermut quería, al margen de lo que costara su capricho de película, era verla en una pantalla de cine. Porque como buen cineasta amateur (que traducido significa <<amante del cine>>) no puedes entender el cine si no es así.

 

“Que conste que estoy a favor de esa plataforma”, dice Vermut acerca de Internet, “porque sencillamente hay películas que no van a llegar al cine”. Pero él quiere cine, y el cine sólo hay una manera de verlo, como sólo hay una manera de leer libros en plena era de la digitalización: “como espectador siempre prefiero la sala… y es por un motivo: cuando tú pones una película en tu casa la película entra en tú universo, pero cuando tú vas al cine eres tú el que entra en el universo de la película, y dejas tus problemas fuera, porque no puedes pensar en otra cosa, no puedes parar la película y te entregas”. De esto, en realidad y si nos acordamos, era de lo que estaba hablando Carlos Vermut al principio en la librería “8 y medio”: de “generar esa sensación de naufragio en los espectadores y que se involucraran” en su universo. Nada más (y nada menos).

 

 

Por eso, Vermut sabe muy bien qué cine quiere hacer o, mejor dicho, qué historias quiere contar. Son es tipo de historias que no puedes parar en tu monitor para darle la vuelta a la pechuga de pollo en la sartén y luego terminarla mientras se cena. No, ‘Magical Girl’ es una experiencia en sí misma incompatible; es un agujero negro absorbente al que sólo te puedes entregar. Y para entregarse al cine, al cine de verdad, no puedes tener un teclado con un botón de pausa cuando te venga en gana.

 

Suponemos que Vermut cumplió (y repetidas veces) esa aspiración cinematográfica de ver su película en la pantalla de una sala de cine (que puede ser más o menos grande, pero que es una pantalla a la que todo el mundo mira) cuando nos habla de la reacción del público. Y ya no nos interesa tanto la crítica especializada que se tuvo que apresurar a decir cuánto molaba Carlos Vermut cuando la mitad de los cinéfagos internautas españoles ya lo sabían. No, lo que es realmente interesante y motiva a Vermut a estrenar sus películas a lo grande es, simplemente, porque le da la oportunidad de meterse en el pase de las cuatro y escuchar a dos señoras decir  “la película me ha encantado pero es muy rara… no todo el mundo la va a entender” y pensar “bueno, eso depende de cómo de perverso seas”. Porque, “si has fantaseado alguna vez con pegarle una patada a un niño te va a gustar la película”, dice un Vermut casi bíblico… “y como todo el mundo hemos fantaseado alguna vez con empujar a alguien al metro… creo que es fácil conectar con la película”.

 

No son frases gratuitas, aunque lo parezcan. Son frases categóricas que se diluyen en la comodidad de un sofá. Y por eso sería divertido preguntar a Carlos Vermut cómo digiere el consumo doméstico de DVDs y blu-rays de sus películas. Pero bueno, está claro que a partir de ahora sólo podremos ver ‘Magical Girl’ en nuestro reproductor de vídeo, en el ordenador o en nuestro videoclub de televisión de pago. Por eso queríamos sacar estas reflexiones ahora. Porque ya no hay vuelta atrás: ni para lo que haga Vermut con su (prometedora) carrera, ni para cuando los espectadores se decidan a ver ‘Magical Girl’ por primera vez. Ya nunca será como antes. Eso pasó. Y te lo has perdido. ¿Cómo no le va a quitar el sueño algo así a un cineasta de raza? ¿O acaso se olvida como un simple capricho?

 

 

UC (Manu Cabrera).